01 febrero 2010

El mérito de las mascotas

El mérito de las mascotas
por Pedro Gómez Silgueira


Un mes largo y sin dinero, más bien silencioso suele ser enero. Todo el mundo va de vacaciones y quienes quedamos a trabajar escribimos de temas nostálgicos o cotidianos, en fin algún “jagua ry’ái”.

Contrariamente a años anteriores, los días del primer mes de 2010 estuvieron cargados de adrenalina, emoción y quebrantos no solo por el calor y tanta humedad. Empezamos con los chanchullos de la Corte Suprema, la vuelta de Fidel Zavala, el terremoto en Haití y la baleada a nuestro “mariscal” Salvador Cabañas en México... Sin contar el cambio en las binacionales, por supuesto.

Por eso, antes de que acabe el mes quisiera hablar de mascotas. Lo decidí al ver a Francesca Crosa llorando sobre el cadáver de un caballo maltratado, no hace mucho.

Pero no quiero hablar de cualquier mascota, sino de las “mascotas de museos”. Muchos museos del mundo, por tradición, tienen uno que los identifica. El Metropolitan de Nueva York, por ejemplo, tiene a un hipopótamo aunque no tan conocido como “Popi”, el terrier blanco del Guggenheim de Bilbao. En un museo de Francfort adoptaron nada menos que un dinosaurio del tipo “Triceratops” y el oso “Arthur” es rey en un museo en el Reino Unido.

En América los únicos con mascotas son el Museo de Historia Natural de Valparaíso, que tiene a una ballena que alguna vez quedó varada en sus costas, y en México tres galerías escogieron hace poco seres extraídos de la mitología local: Quetzalcóatl, la serpiente emplumada; una rata canguro y un león.

En Paraguay, aparte de alimañas y ratas de alcantarillas, murciélagos del techo, palomas que anidan en cornisas y lagartijas que recorren paredes comiendo insectos... los museos no tienen mascotas. Alguno que otro perro o gato abandonado tendrán en el patio, pero mascotas oficiales no, que sepamos.

Ahora surge la primera mascota oficial del futuro Museo de Arte Sacro. Se trata de un perro personificado en Gonzalo, un labrador negro azabache, muy educado y de finos modales. Acostumbrado a las fotografías y a la buena vida, ve películas cómodamente sentado en un sofá y es muy sociable. A las visitas recibe con una venia y cuando quiere que se vayan se pone en guardia en la puerta.

El museo es de la Fundación Nicolás Latourrete Bó y abrirá sus puertas en la aristocrática Villa Lina, mansión que está siendo restaurada y adaptada en la calle Manuel Domínguez e/Antequera y Tacuary. La escultura de Gonzalo recibirá a la gente. Está hecha en bronce y en tamaño real y es obra del escultor Gustavo Beckelmann, cuyas piezas fueron exhibidas hace poco en Mongolia. También habrá “Gonzalitos” o réplicas de menor tamaño.

Pasé mi infancia en los años 70 con “Capullo”, mi primera mascota y realmente merecía estar en un museo. Creció y vivió 11 años con nosotros luego de que mi padre lo rescatara en el Puerto de Guyratí pues, como sacrificaron a su madre tras ser mordida por un can rabioso, lo iban a despachar al otro mundo, cuando papá lo salvó junto a otro cachorro más pequeño que mi hermano llamó “Patrón”.

Las mascotas alegran la vida aunque no tengan alcurnia y sean un Delmer, Delpuerto o un Delta (del taller) tienen mérito propio. Por eso, es inexplicable cómo tanta gente sigue haciendo sufrir a los animales en lugar de darles el sitio que se merecen.

pgomez@abc.com.py
30 de Enero de 2010 22:56
ABC Color